«¿Existe alguna diferencia entre lo premeditado y lo fortuito? En los cuentos de ‘Sin saber nada de la última gota’ a menudo asoma la sensación de que no, de que todo es uno y que el funcionamiento dual al que estamos acostumbrados tiene fallos, cicatrices, quiebras, escapes. Entonces alguien repara en estas fugas, se acerca a mirarlas, tocarlas, adentrarse y perderse. Perderse para encontrarse. Y esa trayectoria es una salvación.
Todos los personajes del libro esperan, a veces sin saberlo, que ocurra algo que les zarandee para comprobar que siguen ahí, en ese mundo que nada se asemeja al de la infancia o los primeros años de juventud. No es, sin embargo, un libro pesimista. Es un libro humano. Existencial. De él se desprende cierta dosis de esperanza, de ilusión aunque a veces estas se vean truncadas por nuevos abismos. Al menos son nuevos. Esta es la constante más inoportuna de los cuentos: la búsqueda de un repente, el intento por parte de alguien de volver a empezar. Para ello, vemos a personajes hurgando en la memoria, en busca de alguna señal que les conecte con aquello que están dejando de ser. En vano tratan de estirar al presente aquello que una vez les proporcionó felicidad y que, intuyen, jamás volverá a ser igual. Ahora sí son sabedores de que la vida no es como se la contaron, llena de matices y multitud de posibilidades, sino que se asemeja a esos pasajes inhóspitos e inacabables similares a los campos de la Mancha. Horizontes sin más límites que los de la propia imaginación.
Falcón consigue banalizar lo profundo, quitarle la trascendencia que acostumbra a dársele a temas como la muerte, la locura, la infidelidad o la soledad. En los cuentos vemos alusiones implícitas a mitos, a cuentos clásicos, pero por encima de todo, respiramos una manera muy particular de entender la existencia, una manera que se burla del ritmo frenético en que vivimos en occidente y muestra otras trayectorias vitales que suelen pasar desapercibidas, bien por tratarse de historias protagonizadas por seres invisibles, bien porque incomodan hasta puntos inesperados. La idea de la transformación está muy presente en todas las historias y resulta apasionante averiguar cómo va sucediendo, cómo es el camino y qué puentes tiene que cruzar el personaje. Para conocerle hay que seguirle, mirarle, escucharle, entender esos latigazos de conciencia que sufre. Pese al sufrimiento, no son personajes víctima. No. Algunos de ellos se conocen tan bien que ni siquiera se fían de ellos mismos, intuyen sus límites y actúan. Con el pensamiento o con el cuerpo. Son valientes y se enfrentan a su destino, sin la necesidad de creer en un ser o fuerza superior que los libere de su dolor. Se liberan ellos mismos, a veces muriendo. Pero la muerte no se presenta como un drama sino como una luz, a veces en forma de niebla, un cobertizo en el que guarecerse.
Falcón no los premia ni castiga por sus acciones, tan minuciosamente descritas sino que los acompaña en sus decisiones. Son cuentos que exudan vitalidad, movimiento, no hay juicio, anterior ni posterior. Parecen atemporales y distópicos, pero son el resultado de una mirada libre de condicionamientos que ama lo humano en toda su dimensión.» MAITE ALARCÓN
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