«El viejo Melvin inspiró con fuerza.
—La recogida de otoño siempre me recuerda la primera vez que lo vi.
—¿A quién, señor Melvin?
—A Él, Frances… Al hombre oscuro.
La señora Picmont sintió una sacudida interior que, por un momento, le congeló las manos, pero antes de que el señor Melvin se percatara de ello, siguió tricotando como si nada y dijo con su habitual temple:
—El hombre oscuro, señor Melvin, vaya… Suena a cuento de terror, ¿de qué se trata exactamente?
—Fue hace mil años, me temo —empezó a contar el viejo señor Melvin—, pero el pueblo era exactamente como es hoy, no ha cambiado lo más mínimo, eran las mismas calles y las mismas casas. Es algo que me tranquiliza, ¿a ti no, Frances? Lo único que va cambiando es la gente. Unos mueren, y otros nacen. He visto morir a muchas personas, personas a las que quería, pero así es la vida supongo.
Yo era un mocoso de nueve o diez años, creo que más bien diez… Mi padre quería que participara en la recogida de castañas, pero a mí me asustaba mucho el bosque por aquel entonces. Me asustaba lo que pudiera surgir de entre las ramas, un jabalí, por ejemplo, o un oso. Ya sé que no hay osos en Chestnut Peak, no me mires así, Frances, era sólo un crío. Pensaba que había osos, lobos, y más cosas, pero sobre todo… sombras. Eso era lo que más me asustaba. Ya sé que parece una tontería, pero dile eso a un chaval de nueve años a quien le han metido esas ideas en la cabeza. Era culpa de los adultos y de sus historias para que los niños traviesos se portaran bien. Yo no era travieso, si es lo que piensas, Frances, pero me las contaban de igual manera, por si las moscas. Siempre obedecía sin protestar, era un chico muy dócil. Haz esto, o vendrá a por ti el hombre oscuro… Haz lo otro, o vendrá a por ti el hombre oscuro. Frases de ese tipo, ya te imaginas, ¿verdad? Decían que el hombre oscuro vivía en el bosque y que por las noches salía y vagaba por las calles de Chestnut Peak en busca de niños que se habían portado mal durante el día. Lo describían como una gran sombra con forma humana y garras en vez de manos. Imagínate, Frances, contar semejantes dislates a inocentes niños entre los que estaba yo. Sin embargo, por muy disparatado que parezca, había un fondo de verdad, y yo fui testigo de ello. Lo viví, por así decir, en primera persona.»
La vida transcurre con suma tranquilidad en este pequeño y recóndito pueblo llamado Chestnut Peak. Sus 999 habitantes viven rodeados de lechuzas y castaños, son reacios a los cambios y a las innovaciones, y tienden a resolver sus problemas entre ellos mismos, sin que las autoridades se entrometan en sus asuntos.
Un alcalde dispuesto a modernizar el pueblo…
Una poderosa y acerba mujer que todos temen…
Un anciano que esconde más de un secreto…
Muertes, mentiras, y el regreso de un hombre después de más de veinte años, se encargarán de ir sumergiendo al lector en esta peculiar y mágica historia.
En este primer volumen, Clarissa Mary Prince va desgranando las andanzas de estos y muchos otros personajes para dejar bien claro que en este pueblo nada es nunca lo que parece.
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